domingo, 4 de abril de 2010

Bolonia y la pedagogía


Bravisimo articulo de Carlos Fernandez Liria, profesor de la Complutense. Aunque este redactado desde hace un año, tiene gran parte de vigencia, sobre todo con el proceso de mercantilización de la enseñanza que se esta empezando a gestar. Bolonia es solo la punta del Iceberg de una estrategia de mercantilización de la enseñanza que viene de la UE.

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Con la coartada del llamado proceso de Bolonia se ha iniciado una “revolución educativa” que va a causar daños irreparables al sistema de enseñanza pública, tanto en Secundaria y Bachillerato, como en la Universidad. En los próximos meses se consumará la transformación del Certificado de Adaptación Pedagógica (CAP), que actualmente es requisito para acceder a la profesión de profesor de secundaria en un Master de Formación del Profesorado (MFP). Esta transformación había pasado intencionadamente desapercibida hasta que se publicó La profesión de Profesor, un Manifiesto firmado por 12 Juntas de Facultad, la Conferencia de Decanos de Filosofía, la Universidad de Valladolid, la Societat Catalana de Matemàtiques y 3.000 profesores y estudiantes. El Claustro de la UCM acordó pedir al Ministerio (26-5-2008) la paralización cautelar de todo el proceso. Lo mismo que el presidente de la Conferencia de Rectores, Ángel Gabilondo, que, además, se comprometió ante 500 alumnos (que todavía están esperando) a promover un debate público con Màrius Rubiralta, el secretario de Estado de Universidades. Pero todo ha sido en vano. El Máster parece que es una obsesión personal de la ministra Mercedes Cabrera que no admite discusión. Y va a salir adelante sin preguntar su opinión ni a los estudiantes universitarios ni a los profesores de Secundaria ni a las Facultades.

La Profesión de Profesor proponía que la formación del profesorado fuera (como en Francia, por ejemplo), un verdadero año de prácticas tuteladas y remuneradas tras haber aprobado la oposición y, por tanto, demostrado competencia en física, lengua, filosofía, matemáticas o música. Alertaba de que, por el contrario, el Máster que propone el Ministerio no es sino una nueva versión alargada y encarecida del CAP, un cursillo pedagógico que ha sido la vergüenza del sistema educativo español durante décadas. Lejos de proponer una verdadera formación práctica del futuro profesor, el Máster está diseñado (no hay más que consultar los “objetivos” y las “competencias que deben adquirirse” según el Anexo a la Orden ECI/3858/2007) como pura teoría psicopedagógica y didáctica (52 de sus 60 créditos). Por supuesto, se entiende que no quiera discutirse esta genial idea en público. Al menos el 95 % de los que cursaron el CAP considerarían un delirio la pretensión de convertirlo en curso anual.

El Máster, además, sustituye al quinto curso de formación que actualmente tiene que cursar un profesor en su materia, lo que supone un grave deterioro, que se suma a la devaluación general que el proceso de Bolonia impone a los grados respecto de las actuales licenciaturas. Eso implicará profesores de Secundaria y Bachillerato que cada vez sabrán menos matemáticas, filosofía, química, gramática o música. Ya no se aspira a un profesor que pueda enseñar conocimientos, sino a un asesor psicopedagógico de un material humano al que, en realidad, ya se da por perdido: el alumnado, en general, de toda la enseñanza pública. La enseñanza secundaria es, cada vez más, un asunto de asistencia social y no un asunto académico. En lugar de atajar las raíces políticas, económicas y sociales, se da por sentada la desigualdad: los niños pobres tendrán psicopedagogos y asistentes sociales; los ricos, en la enseñanza privada, seguirán teniendo profesores.

Pero, además, el MFP tendrá un efecto demoledor en el interior de la enseñanza universitaria. En todas las carreras para las que la enseñanza secundaria sea una importante salida profesional, la mayor parte de los alumnos optarán por cursar el MFP en lugar de uno de estudios avanzados en filosofía, lingüística, física o biología. A medio plazo, eso sentencia a muerte los másteres de casi todas las facultades teóricas y clásicas. Se trata de un desfalco académico inusitado que tiene su origen, por supuesto, en los intereses corporativos de los pedagogos, que ven así, de pronto, multiplicadas por diez sus salidas profesionales, aunque sea a costa de malherir los postgrados de Química, Física, Filosofía, Matemáticas, Historia, Económicas, Filología, etc.

Algunos pedagogos se han quejado de que en las protestas contra Bolonia se les atribuye una capacidad de destrucción y una influencia política que no tienen. Claro que no la tienen. Pero el MFP es la consecuencia directa de la manera en la que en España se ha presentado en sociedad el llamado proceso de Bolonia para la reforma de los estudios universitarios. Bolonia se ha vendido como una revolución pedagógica que pretende sustituir la “cultura de la enseñanza” por la “cultura del aprendizaje”. Este y otros tópicos sin sustancia no son más que la tapadera de lo que verdaderamente se ha estado jugando en la transformación neoliberal de la Universidad europea, algo que se decidió, no en Bolonia, sino en el seno de la OMC, en el Acuerdo General de Comercio de Servicios (GATS), en la Estrategia de Lisboa y, más recientemente, en la Estrategia Universidad 2015. Nos encontramos ante un proceso que pretende, lisa y llanamente, poner el dinero estatal de la universidad pública al servicio de los proyectos empresariales privados. Es lo que se llama la mercantilización de la enseñanza. A medio plazo, no tendrá financiación pública ningún proyecto académico que previamente no haya demostrado su interés para fines empresariales. Eso es tanto como decir que si una empresa invierte 10 en la Universidad, el Estado invertirá 100 en ese proyecto. Lo que se esconde bajo Bolonia no es más que un inmenso aspirador de dinero público para el sector privado.

Todo esto no tiene nada que ver con los pedagogos, por supuesto. Pero, oficialmente, ellos han aceptado sin rechistar que todo este proceso mercantilizador se vista con los ropajes de una revolución educativa. Han prestado sus servicios propagandísticos a la reconversión empresarial de la universidad pública. Y el Máster es, quizás, una recompensa o una tentación corporativista demasiado jugosa como para desdeñarla. Todavía están a tiempo de decir la verdad, destapar esta estafa y denunciar la utilización de la pedagogía en el actual naufragio académico.

Carlos Fernández Liria es Profesor titular de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid