No quiero excederme. Cada uno que se guarde sus pensamientos. Pero yo no quería pasar la fecha, ni el momento para que este día 30 de Octubre, lo guardemos como una parte de la historia de este país. El día en que nació el poeta del pueblo; y el día en el que murió al que consideran (y consideramos) que ha sido la voz de los trabajadores. De ahí este pequeño homenaje. Para que sus nombres (como el de tantos otros) no se borre de la historia. Y porque en el caso de Marcelino sabemos que no se ha ido, sino que esta en cada brazo que se alza para defender al pueblo del dominio del explotador.
Aquí mi pequeño homenaje:
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
está despuntando el alba.
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas
No es ése el valor del piso, ni el del propio Marcelino, que no era un abuelo cebolleta con el que hacerse fotos ni una reliquia sentimental de otro siglo, sino un militante de a pie, un activista incansable que hasta donde le llegaron las fuerzas siguió asistiendo a su asamblea de barrio y a las manifestaciones vecinales.
Intento decir que, de la misma forma que sus años de liderazgo sindical y político son ejemplares, no lo fue menos su vida, su jubilación, la sencillez con que eligió pasar sus últimos años, como demostración de que se podía seguir siendo de izquierda, obrero y comunista de pensamiento pero también de acción, hasta en lo más cotidiano.
Tanto en los años del pelotazo como en los posteriores de la burbuja, Marcelino no era un anacronismo, ni el último mohicano, sino un referente moral y político para quien quisiera seguirlo. Mientras muchos hacían el cuento de la lechera con sus viviendas y celebraban el fin de la clase obrera y el advenimiento de la clase media universal, Marcelino no sólo seguía fiel a sus ideas y se conformaba con su piso y su pensión, sino que además advertía, a quien quisiera oírle, que aquello era pan para hoy y hambre para mañana, y que tras la fiesta vendría la resaca, como así pasó.
Quienes le visitaban en su casa no iban para hacerse una foto histórica ni por ver una estampa entrañable de otra época, sino para cargar las reservas de dignidad, comprobando que otra vida era posible, y por supuesto otro sindicalismo.
Ayer alababan su combatividad
Muchas gracias por todo Marcelino.