viernes, 11 de junio de 2010

Relato nocturno.

Cenicienta quedó huérfana de madre a muy temprana edad. Vivía con su padre en su castillo. Cuando apenas rozaba la adolescencia éste murió, quedando ella al cuidado de su tía, que se había mudado a vivir con ellos.
La tía de Cenicienta tenía tres hijas por las que daba todo. Sin embargo a Cenicienta la explotaba por un sueldo que ni de lejos llegaba al salario mínimo, en unas condiciones infrahumanas, sin seguridad social, y sin ningún tipo de seguro médico o de accidentes.
Un buen día, pasó por el castillo un jinete pregonando la celebración de un baile real en palacio, convocado por el príncipe. Las tres primas de Cenicienta corrieron a probarse vestidos, zapatos, bolsos, y toda clase de lujos que habían pagado con la renta del padre de Cenicienta que le habían quitado a ésta. Por su parte, a Cenicienta no le llegaba su mísero salario para comprarse un vestido.
Llegó el gran día. Todo estaba listo. Antes de anochecer el castillo había quedado en silencio; allí permanecía tan solo Cenicienta, amargada y llorona. Pero, ¡sorpresa!, apareció un hada madrina. Ella vistió a Cenicienta con un precioso vestido de cola´y cubrió sus delicados pies, arrugaditos y mustios del contacto con los productos químicos no homologados por la CE con que su malvada tía le hacía limpiar las letrinas del castillo, con unos zapatitos de cristal, brillantes cual estrella fugaz. Faltaba lo más importante; al ser fiesta real el transporte público estaba fuera de servicio -en los paneles de los autobuses podía leerse "A GARAJE". Convirtió una calabaza que había en su habitación -la tenía allí desde Halloween- en una caravana. Unos ratoncillos que compartían lecho con la moza fueron convertidos en cocheros; y como no se le ocurría nada más al hada, convirtió en caballos unas sardinas enlatadas. La caravana partió veloz hacia el castillo. El baile había comenzado cuando Cenicienta llegó. Por una extrana razón relacionada con la extravagancia de la sangre real, el baile era en el sótano. Bien es sabido que las primeras piezas nadie las baila, por lo que al entrar Cenicienta todo el mundo permanecía quieto, y la pista de baile, en el centro, vacía. Radiante apareció Cenicienta en lo alto de las enormes escaleras que bajaban al sótano. Miradas hacía la recien llegada, bocas abiertas, comentarios, sorpresa... El príncipe al contemplar desde el otro extremo de la estancia su belleza expresó: "¡Esta chica ha de ser mía!". Bailaron y al poco tiempo, sudando por el ardienter deseo sexual que les envolvía, corrieron al baño a consumar su pasión. Retozaron como conejos en el angosto recinto urinario, pero tras el fatidico momento del: "¿ya?". Cenicienta se limpió con un poco de papel la entrepierna, se subió las bragas -sí, el hada le podía haber puesto un tanguita, pero nada- se sacó un pelo de la boca, y corrió a buscar una Farmacia; lo había hecho sin condón. Al ir corriendo dejó atrás uno de los zapatitos de  cristal. El príncipe la buscó al día siguiente por todas partes. Hizo probarse el zapato a todas las muchachas de la corte y del pueblo de alrededor, pero nada, sólo mal olor. Y al ir a la farmacia a por un tranquilizante, encontró a su preciosa Cenicienta, que al verle expresó: "No te preocupes, ya me la he tomado".
Moraleja: Póntelo, pónselo.

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